Desde hace décadas (Ramon, 1981, 40) la cronología de producción y circulación de estas ánforas extremo-occidentales ha venido situándose grosso modo entre el último cuarto/tercio del siglo II a.C. y el siglo I a.C., proponiéndose comúnmente su perduración hacia un momento cercano al cambio de Era (García Vargas, 1998). Recientes trabajos en talleres alfareros de la bahía de Cádiz han confirmado este lapso como tramo principal de su fabricación y expansión comercial, si bien al mismo tiempo han permitido documentar residuos de producción que parecen retrasar los inicios de su torneado en la zona hacia la mitad del siglo II a.C. o poco antes (Muñoz y De Frutos, 2006; Sáez Romero, 2008a-b). Los topes exactos en otros escenarios productivos de la región meridional hispana y la Tingitana septentrional son por ahora más imprecisos, aunque en general remiten a horizontes fundamentalmente del siglo I a.C. o época augustea. Algunas producciones de la Costa del Sol oriental, pueden remontarse a momentos finales del siglo II o iniciales del I a. C. (Arteaga Matute, 1985). Por otra parte, los trabajos realizados en los últimos años en Pompeya han permitido identificar ánforas con perfiles muy similares o derivados de este tipo en uso en la época de la erupción pliniana, y aunque es cierto que en el año 79 existían muchas ánforas reutilizadas en la ciudad campana parece poco probable que las mismas hubiesen mantenido un uso residual durante más de tres generaciones (Bernal y Sáez, e.p.). Es por ello que el intervalo final de la producción posiblemente sea algo más amplio que el tradicionalmente adjudicado a época augustea.
La importación de este modelo centromediterráneo, propiamente cartaginés (basado en las T-7421/T-7431), a los talleres productores de la costa meridional hispana es un proceso cuyas motivaciones y mecanismos concretos aún no han hallado una explicación suficientemente sólida y articulada, oscilando entre posiciones alejadas relacionadas con la emigración de artesanos y contingentes poblacionales o con la imitación de formas que por entonces encontraban una enorme acogida en los mercados mediterráneos.
Su producción a tenor de la evidencia disponible parece extenderse no sólo por buena parte de la franja costera sudhispana, sino también incluiría algunos puntos de la Mauritana Tingitana por el momento no suficientemente bien caracterizados (Ramon, 1995 y 2008). En la orilla peninsular por el momento el foco productivo mejor definido es la bahía gaditana y su campiña inmediata, donde contamos con generosas evidencias tanto en contextos de consumo, como en relación a su utilización como contenedor en factorías conserveras (García Vargas, 1998) y especialmente en alfarerías productoras (Lagóstena, 1996 a-b; Sáez Romero, 2008 a-b). Asimismo, contamos con indicios de su manufactura en talleres vinculados a Carteia en la bahía de Algeciras (Blánquez, Bernal y Sáez, 2006; Bernal et alii, 2011), y posiblemente otro foco de producción pueda localizarse en el entorno de Malaca (Rambla y Mayorga, 1997; Mora y Arancibia, 2011) y en general en la costa malacitana (Arteaga, 1985), aunque todos ellos están pendientes aún de estudio sistemático y caracterización. Es posible que otros puntos costeros de la región del Estrecho, significativamente ligados a la producción salazonera (caso de la franja mediterránea Sexi-Baria o las costas atlánticas), pudieran haber participado de la producción de este tipo, aunque por el momento no se dispone de evidencias tipológicas o arqueométricas.