Fuera de las zonas de producción, básicamente la Layetania y el hinterland de Tarraco, pocos son los hallazgos. En cualquier caso, se trata todavía de una producción minoritaria en relación a las posteriores, si bien hay que indicar que, al menos en el Maresme, la exportación de vino layetano antes de mediados del s. I a.C., no fue un hecho puntual ni de poco alcance, sino la continuación de un proceso iniciado antes, posiblemente hacia el último tercio del siglo anterior hasta el punto de que a partir del primer cuarto del s. I a.C. la viticultura layetana fue el motor económico de la región, expandiéndose a lo largo de todo el siglo (Martín Menéndez y García Rosselló, 2007, 72 y 80). Esta falta de hallazgos puede deberse, al menos en parte, a dificultades de identificación, confundiéndose con la forma homóloga itálica.
La media docena de ánforas de procedencia submarina hallada en los fondeaderos de Vilassar y Mataró (Comas et alii, 1987, 373; Matamoros, 1991, 95) puede ser un tímido indicio de su exportación vía marítima, y cuyo destino podría ser la Galia. De hecho, en Aquitania, donde el vino de la Tarraconense aparece en los años 40 a.C., se han encontrado algunos ejemplares, junto a Tarraconense 1 y Pascual 1, en Périgueux, Libourne y sobre todo Bordeaux (Berthault, 1998, 453-454).
Tal vez éste fuera el destino de la nave naufragada en Port-Vendres, en el Rosellón francés (Cap-Béar 3) hacia 40-30 a.C., un mercante con cargamento mixto de Dr. 1B itálicas, Dr. 1 B, Tarraconense 1 y Pascual 1 de la Tarraconense y Dr. 12 béticas (Etienne y Mayet, 2000, 124-125).
El contenido vinario está unánimemente reconocido. Es más, incluso se ha apuntado que estas ánforas, si no lo fueron las greco-itálicas, sean la expresión de la continuidad de la tradición ibérica, cuando ya se produciría vino (López Mullor, 2009, 90).
Al definir la tipología, hemos dicho que al menos las de la variante 1 B de Cap Béar 3 son difícilmente distinguibles de las itálicas formalmente (incluido el engobe), lo que ha llevado a Etienne y Mayet a hablar de falsificaciones (2000, 255). Para estos autores, sólo artesanos llegados e Italia habrían podido fabricarlas con tal perfección, lo que les lleva a proponer dos hipótesis: que se trata de vino itálico transportado previamente a la Tarraconense, o bien que se transportó vino layetano haciéndolo pasar por itálico, de mejor calidad, con el objetivo de engañar al consumidor.