En 2009 se publicaba el fascículo 15 del Corpus International des Timbres Amphoriques dedicado a Barcino I. Las marcas y alfarerías de ánforas del Pla de Barcelona que, bajo los augurios de la Unión Académica Internacional editaron el Instituto de Estudios Catalanes y el Instituto Catalán de Arqueología Clásica.
Ahora, tres años después tenemos en las manos un nuevo fascículo, Barcino II, dedicado al Baix LLobregat que en la antigüedad formaba parte del ager Barcinonensis.
En esta ocasión la edición corre a cargo de las mismas instituciones, bajo la coordinación de A. López Mullor , J. Guitart y C. Carreras, que han sabido reunir y coordinar un magnífico equipo, el mejor para redactar los respectivos capítulos que conforman lo que podemos considerar un libro integral de lo que es y debe ser la arqueología . El objetivo fundamental era conferir un corpus epigráfico, pero acompañan al propio catálogo una serie de valiosos estudios que contextualizan los hallazgos en su dimensión histórica.
En efecto, en la línea del anterior fascículo 15, se nos presenta de bello comienzo la riqueza vinícola, que conllevaba la fábrica de los correspondientes envases, en el fértil valle del Baix Llobregat. A continuación se hace un estudio en cinco capítulos de los alfares de los diferentes yacimientos con una valoración de las diversas intervenciones arqueológicas y una buena documentación gráfica. A continuación se procede a la caracterización arqueométrica minuciosa de las ánforas producidas en el territorio, en la que se presentan los resultados de los análisis químicos, mineralógicas y petrográficas .
El grueso del volumen, como debía ser , lo ocupa el corpus epigráfico de los diferentes sellos (ca. 700 ejemplares), con un gran afán de exhaustividad y rigurosidad, avalado por la autopsia y dibujo o calco de cada uno de los sellos de las piezas, muchas de ellas inéditas . P. Berni y C. Carreras han hecho, de esta manera, una aportación capital a la epigrafía del instrumentum inscriptum, recogiendo principalmente las marcas sobre ánforas Pascual 1 y Dressel 2-4, pero sin olvidar otros tipos anfóricos, los dolía, las tegulae y jarras de cerámica común oxidada. Cabe señalar aquí también que los autores han encontrado todas las facilidades de acceso a los fondos puestos a disposición por parte de los responsables de las instituciones depositarias del material.
La gran cantidad de documentos aportados permite, por un lado, aumentar el número y área de dispersión de algunas marcas, como las muy abundantes de Iulius Anicetus sobre ánforas Pascual 1, destinadas principalmente al mercado galo. Por otra parte , se han podido establecer las relaciones entre los propietarios o administradores de las explotaciones vitivinícolas con los habitantes de la colonia, siendo paradigmático el caso de C. Trocina Synecdemus que D. Gorostidi propone identificar con las marcas SYN / SYNE .
No se dejan tampoco de lado la movilidad en el entorno del eje del Llobregat (Rubricatum), ni revisitar el anclaje de Les Sorres (Gavà), punto de salida de los vinos producidos en este valle. Finalmente, un útil compendio de las diferentes alfarerías y su cronología, encajado en unos cuadros muy nítidos, permite abordar su presencia en los diferentes pecios y trazar las vías de comercialización. Pensamos en las perspectivas que, para la vía mediterránea, abrió a mediados del siglo XX, N. Lamboglia, el impulsor de la arqueología subacuática, con la excavación de la nave de Albenga y más tarde de la de Diano Marina con un cargamento de ánforas de Can Pedrerol y Can Tintorer. Todos estos descubrimientos motivaron que se parara más atención por parte del mundo científico internacional, hacia la producción vitivinícola del Baix Llobregat en época romana Alto imperial. Por otra parte, el estudio de otros pecios en Córcega y al estrecho de Bonifacio permite ver también una vía de comercio más directo hacia Roma y los puertos del Tirreno. Hay que hacer notar la considerable elevación del porcentaje de marcas que, con este estudio, se pueden reconocer .
El estudio de los materiales reunidos en este volumen demuestra bien a las claras que la producción alfarera comenzó cerca del delta, constituyendo lo que parece amplias zonas industriales para envasar grandes cantidades de vino, cuando a finales del siglo I aC se fundó la nueva colonia de Barcino, con la correspondiente centuriación del territorio, se detectan nuevas alfares para transportar el vino producido en las propiedades de las villae romanas de la cuenca del Llobregat .
Otra cuestión, largamente debatida durante muchos años, encuentra nuevos argumentos para quedar en entredicho: el supuesto fin de los vinos tarraconenses y layetanos a raíz del edicto de Domiciano, ya que los yacimientos parecen encontrar una continuidad hasta mediados del siglo II dC, cosa bien demostrada en otra zona de elaboración de vino layetano, como es la comarca del Maresme .
Verdaderamente con el fascículo de 2009 y este que ahora ve la luz, se han dado pasos de gigante para disponer de sólidas evidencias de cuándo, dónde y cómo funcionaban los centros productores y exportadores de vino, su implicación en el territorio, y las relaciones sociales dentro del reducido en extensión, pero intenso en actividad económica, ager Barcinonensis que encontró en el Rubricatum una arteria vital que además regaba una fértil llanura en la que los agricultores romanos supieron sacar un alto rendimiento.
Isabel Rodà
Institut Català d'Arqueologia Clàssica / UAB