Time interval

En el estado actual de la investigación resulta muy difícil definir el tope cronológico inicial de esta serie debido a la escasez de centros productores y contextos publicados que permitan clarificar la transición desde sus precursores del siglo IV, tanto en el ámbito matriz del interior turdetano como en los posibles focos alfareros de la franja costera. Posiblemente el tipo que estrictamente clasificamos en la actualidad como Pellicer D se originase hacia mediados del siglo III a.C., correspondiendo su periodo de máxima intensidad productiva y comercial a la segunda mitad de la centuria según apuntan los datos tanto del área del Guadalquivir como de la bahía gaditana (Ramón, 1995, 194; Niveau de Villedary, 2002, 240-241; García Vargas, Almeida y González Cesteros, 2011, 194). En este último marco espacial cabe destacar la aportación de las secuencias de poblados como el Castillo de Doña Blanca/Las Cumbres, y con más detalle zonas dedicadas a actividades artesanales como lagares (Niveau de Villedary, 1999), en los cuales ha podido ser individualizada una gran vitalidad de circulación de estos envases a partir de contextos cerrados (ligados al abandono del poblado hacia el 206 a.C.) dotados de ejemplares en gran estado de conservación y depósitos cuantitativamente significativos (Ruiz Mata y Niveau de Villedary, 2000).

El estudio en los últimos años de un destacado conjunto de localizaciones de carácter industrial en este ámbito gaditano, especialmente factorías conserveras y alfarerías (Sáez, 2008), además de la extensa necrópolis tardopúnica (Niveau de Villedary, 2009), ha permitido documentar con una sólida panoplia contextual que el consumo y circulación de estas producciones de Pellicer D costera perduró con intensidad al menos durante la primera mitad o dos primeros tercios del siglo II a.C. Es un indicio muy significativo de ello su práctica omnipresencia entre c. 250-150/125 a.C. en vertederos generados por estas actividades productivas, a veces en cantidades muy notables, así como su reutilización en un elevado número de casos como elemento constructivo para las cubiertas de las tumbas de inhumación gaditanas (un ejemplo en Arévalo, 2010, 25, fig. 5).

En cualquier caso, si por el momento el inicio de esta serie final de las Pellicer D resulta algo confuso debido a la escasez de datos, no lo es menos el establecer el tope más reciente de su producción en el ámbito costero. Si tomamos en consideración los datos disponibles para el área del Guadalquivir, debemos señalar que sus variantes más tardías parecen perdurar en producción hasta fechas cercanas al cambio de Era, conviviendo plenamente con la manufactura en los mismos talleres de formas plenamente romanizadas (García Vargas y García Fernández, 2009; García Vargas, Almeida y González Cesteros, 2011, 194). Para el caso de las Pellicer D costeras los apoyos contextuales son casi nulos por el momento, y considerando la evidencia suministrada por la alfarerías insulares o las pocas excavadas extensamente en la campiña continental con cronologías augusteas o anteriores (López Rosendo, 2008), parece que debe descartarse una perduración similar a la detectada en el Guadalquivir, al menos a una escala suficientemente significativa arqueológicamente. En este terreno forzosamente provisional y lleno de fragilidad, no parece por tanto factible llevar por ahora más allá de los inicios del siglo I a.C. la producción/circulación de estos envases (al menos en el caso de la Bahía de Cádiz), aunque habrá de ser la exhumación y estudio integral de nuevos centros alfareros la que deberá perfilar en los próximos años este extremo reciente de la cronología.

Origin

Si respecto a otras características de la forma parece actualmente existir un cierto consenso entre los investigadores, no ocurre lo mismo en cuanto a su origen tipológico y filiación. En principio se relacionó con las Mañá B3 de la “costa catalana” proponiéndose un origen común para ambas formas (Miró, 1983-84, 166; García Vargas, 1998, 62), mientras que para otros autores, morfológica y cronológicamente, estarían influenciadas por las ánforas púnicas acilindradas centromediterráneas (Ramón, 1995,  194). La mayoría de estos investigadores, incluido M. Pellicer (1982, 390), no han terminado por decantarse con rotundidad por ninguna de estas dos posibilidades y han propiciado un estado de la cuestión actual en el que el origen formal de la serie permanece como una de las principales incógnitas a despejar.

Desde nuestra perspectiva actual, en su gestación posiblemente confluyesen diversas tradiciones. Como en tantos otros casos, el origen remoto de la serie parece tener relación con la reinterpretación indígena de las ánforas fenicias arcaicas “de saco”, las cuales habrían evolucionado (casi en paralelo a los centros post-coloniales costeros) dando lugar a formas anfóricas de hombros caídos, labios engrosados y perfil fusiforme que, con el tiempo, tienden a alargarse y acilindrarse. Esta evolución de los envases turdetanos habría tenido lugar, a grandes rasgos, entre los siglos VI y IV a.C., correspondiéndose grosso modo con los tipos incluidos en las formas B y C de M. Pellicer (o variantes características de la región suroeste como la V2 de Florido). En un momento determinado parece generalizarse el perfil acilindrado definitivo que caracteriza al tipo, probablemente por influencia púnica, bien mediante modelos como los envases centromediterráneos del tipo "Mañá D clásico" (T-4215 y derivados) o, lo que es más probable, a través de producciones occidentales atlánticas que adoptan esta misma tendencia (como las T-8211 gaditanas). En cualquier caso, las producciones costeras no parecen presentar diferencias formales significativas respecto de sus iguales de los cursos fluviales del interior, lo que podría también indicar que ambas bebieron de unas mismas influencias y que no puede descartarse incluso una relación mutua (uni o bidireccional) en esta conformación final de las Pellicer D.

En cuanto a sus focos de producción, también las dudas superan con creces las certezas. La identificación de muchas de las pastas de esta forma con otras características de la zona de Cádiz (Ramón, 1995, 194) han llevado tradicionalmente a proponer el posible origen gaditano de al menos parte de la producción, aunque por ahora no existen evidencias directas (desechos) de su fabricación en ninguno de los numerosos alfares insulares o continentales de la bahía. De hecho, la presencia de ejemplares de Pellicer D importadas en estos centros artesanales ha permitido advertir diferencias entre sus pastas y las netamente locales, lo que obliga a desplazar su fabricación hacia puntos no localizados de la costa continental acaso plenamente costeros o relacionados con las paleodesembocaduras de los ríos Guadalete e Iro.